domingo, 1 de julio de 2012

Speculum

La lengua latina nos dejó en herencia un gran número de palabras con un pequeño tesoro semático que deberíamos desenterrar. Speculum conserva en su interior la raíz indoeuropea SPK que se relaciona con "la visión de algo". Especular,  considerado como verbo, significa: (1)  Meditar, reflexionar, pensar, (2) Hacer suposiciones sin fundamento, (3) Comprar bienes que se cree van a subir de precio para venderlos y obtener una ganancia sin trabajo ni esfuerzo, (4) Buscar provecho o ganancia fuera del tráfico mercantil;   y  tiene en español una larga lista de sinónimos que nos da una idea de por donde van los tiros en la crisis económica que padecemos: una crisis netamente especulativa. Sinónimos de especular: traficar, negociar, encarecer, lucrarse, ganar, comprar, vender, pensar, reflexionar, teorizar, deducir, suponer, conjeturar...
Como  antítesis de esto, tan abstracto, no puedo dejar de pensar en el "lapis specularis" o espejuelo, piedra de yeso selenitica translúcida, muy valorado en la antigua Roma para cubrir las ventanas y abrillantar el suelo del Coliseo si llegaba el caso.  En su minería y explotación se sustentó la importancia de Segóbriga en la dominación romana y, cuando se logró fabricar vídrio industrialmente a partir de la fina arena, su decadencia. Como una lección de la historia aún se adivinan en los restos arqueológicos de la ciudad la importancia de ese comercio especular y la decadencia y ruina de los alrededores al acabarse esa "visión tan valorada" de la antigua riqueza.
Mis suegros son de un pueblo incluído en los "100.000 pasos alrededor de Segóbriga" que Plinio menciona en su Naturalis Historia como reino del espejuelo. Palomares del Campo aún conseva, doy fe, importantes vestigios de una minería que fue importante mientras la demanda de lapis era grande en el imperio. He visitado escombreras, bocas de pozos, alguna entrada colmatada de sedimentos... todo ello en el más absoluto de los abandonos.
Viene a cuento esta analogía porque ambas se relacionan, en el pequeño mundo familiar, con la especulación pura y dura;  con la visión distorsionada del valor de las cosas, con la deformaición de la mirada para crear una convexidad en el cristalino y engordar las vacas flacas que nos venden.
Fue en 2008, creo recordar, cuando mis suegros vendieron el pequeño piso de la calle de La Soledad. Aquel piso fue su primera posesión comprada con el esfuerzo de muchos años de penalidades. Fue, además, el hogar sucesivo de sus tres hijas que lo ocuparon cuando los padres se trasladaron después a uno más moderno construído años atrás por la boyante constructora Sanchez Primos que se hizo de oro en la época del ladrillo en Arganda. En aquel piso estaba el territorio de la niñez de mi mujer. Sus pequeñas habitaciones, su minúsculo salón donde hacían una intensa vida social con familiares y vecinos, su diminuta terraza en al que llegaban a dormir en verano, su axfisiante habitación de matrimonio donde he pasado las noches más sofocantes de mi vida... Era un tercero y estaba situado directamente bajo el tejado son unas paredes de ladrillo en fila sencilla que no protegían apensas del frío ni del calor... Aquel piso fue remozado muchas veces (por mi suegra , albañil de fortuna alicatando la soleada galería; por el padre de mi cuñado que instaló la calefacción con sus contundentes radiadores de hierro, por mi cuñada Ana que se apresuró a instalar el aire acondicionado y a renovar cortinas y sofás...) . Llegado el momento en que cada mochuelo se instaló en su olivo, mis suegros decidieron venderlo. Encargaron la gestión a una empresa inmobiliaria y se dispusieron a esperar las ofertas.   Y llegaron rápidamente. Basta echar un vistazo a la gráfica de la evolución del precio de la vivienda en los últimos años para comprender que acertaron plenamente, sin proponérselo, con el momento elegido. Pronto les llegó una oferta de compra de una mujer latinoamericana que, con trabajo aquí y varios de su familia asentados en el país, buscaba una vivienda animada por la necesidad y el deseo de una inversión segura. Recuerdo el día que, ya firmado el contrato, nos acercamos a explicarles en funcionamiento de la calefacción: Despreocupadamente estaban instalando el equipo de música y parecían prestar poca atención a las instruccionesque les dábamos. A mí me admiraba que hubieran pagado  más de 30 millones de las antiguas pesetas por ese  pequeño e incómodo piso que, lo sabía por experiencia, acumulaba remiendos en las seis superficies (incluyo a las cuatro clásicas techo y suelo). No pude más que felicitar a mis suegros por lo que parecía un gran negocio (quedaba  una pequeña sospecha en la conciencia de si no era también una pequeña estafa...).
Pasaron los años, cuatro apenas. Desde hace algún tiempo luce un letrero colgado en la galería: "SE VENDE" y se adjunta un número de teléfono. Me siento tentado de llamar y preguntar el precio. Finalmente consulto en internet. Fotocasa vende un piso similar por 125.000 euros: 23 millones, a lo sumo, de las antiguas pesetas.
¿Cómo será la vida de la propietaria escaldada por esta compra a destiempo? Sé que tuvieron que pedir un crédito y que  casi, a última hora, se echan atrás por una comisión insadvertida. ¿Cómo afrontan el pago de los intereses del crédito que suscribieron? Ni la dación en pago cubriría la deuda contraída.
Atrapados en el espejo que les hizo ver una realidad ilusoria, compruban que lo único real, incontestable son las letras firmadas. Compraron una burbuja al precio de una perla.  El lapis de Segóbriga ya no satisface a los patricios de Roma.

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