domingo, 26 de agosto de 2012

Placeres romanos - I


En una ocasión, trabajando con mi alumna Teodora el Imperio Romano en 6º de Primaria y aprovechando que su clase visitaría Segóbriga, le pedí investigar un poco y hacer una redacción sobre la vida de un noble romano, ciudadano principal de la ciudad, poseedor de varias minas de speculum y campos de labor en las riberas del Cigüela. Tras una buena documentación realizó un informe muy acertado de lo que sería la diaria labor de aquel ciudadano. Así lo recuerdo y, con algunas adaptaciones de mi cosecha, os lo presento:

" Caio Iulio Silvano, procurador en Segóbriga de las minas de lapis specularis, se levantó antes de que el sol acariciara los tejados de su casa, próxima a las termas monumentales, en lo alto de la ciudad. No había llegado aún la prima hora, y debía iluminarse con lamparillas de aceite, pero ser perezoso estaba mal visto en el Imperio. Enseguida se entregó a las primeras rutinas del día: se dejó vestir rápidamente por el esclavo griego que le asistía que sólo tuvo que cubrirlo con la túnica pues era costumbre dormir con la ropa interior (subucula). El esclavo le lavó brazos y piernas mientras bostezaba (el resto del cuerpo lo reservó para las termas, acción que realizaba cada ocho días aproximadamente aunque, en el tórrido verano de la celtiberia romana, las visitaba a diario). Tomó un frugal desayuno (ientaculum) , compuesto por pan, queso, miel, dátiles y aceitunas; y se dirigió enseguida al tablinum donde dio comienzo a la salutatio de los clientes, que esperaban vestidos con la toga preceptiva. Como la mayoría de los días, ya se había formado un grupo importante que debía soportar una larga espera en el vestíbulo: allí aguardaban el reparto de órdenes, comida o dinero (sportula) que como patrono, solía realizar. La salutatio duró hasta la segunda o tercera hora. El resto de la mañana lo dedicó a sus obligaciones y negocios. Primero se dirigió al extraradio de la ciudad para visitar el almacén principal de espéculum en cuya puerta se preparaban ya los carros con los cristales serrados en origen en medidas estándar y se apilaban cuidadosamente entre paja para realizar el largo viaje. Cada día partía una comitiva de carretas escoltada por legionarios por las vías romanas que se se dirigían al este,  hacia los puertos de Carthago Nova o Tarraco. Allí eran embarcados en las naves lapidarias con destino a Roma. Debía supervisar personalmente la calidad y seguridad de los cargamentos pues la limpieza y transparencia de sus critales de yeso tenían fama en todo el imperio. Después visitaría el foro para tratar con comerciantes y delegados imperiales. Tenía concertada una entrevista con un contratista de obras para la construcción de un nuevo almacén en las proximidades de Conterbia Cábica y después organizaría con su contable la intendencia de los trabajadores y esclavos de las minas de espéculum de su propiedad, a unos quince mil pasos al Norte de la ciudad siguiendo el río. Allí, mientras callejean mirándolo con envidia y admiración los ciudadanos más pobres, pasará un buen rato rodeado de clientes y aduladores; intercambiándose mensajes de duelo, felicitación o cortesía.

Normalmente, nuestro personaje, acabaría su jornada laboral al mediodía (prandium) degustando un almuerzo frío con fruta y vino, pero esa tarde se hacía necesaria una visita a sus minas, que parecen agotarse, así que montará a caballo y recorrerá, flanqueado por su guardia de seguridad, el camino paralelo al río hasta las bocas de las galerías. El perder la siesta habitual le pondrá de mal humor y repartirá latigazos por doquier al llegar a los pozos. Su presencia y su enfado serán suficientes para que los trabajadores no se relajen y los capataces no sisen demasiado en las provisiones y pecunios enviados por el César. De vuelta visitará unos minutos una pequeña villa de su propiedad, también a orillas del río, donde se cultivan frutales, cebollas, ajos y otras verduras para sus esclavos y para el comercio local. 

Llegará un poco tarde de vuelta a la ciudad, hacia la octava hora, pero se recompensará con la visita a las termas monumentales


Sin bajarse del caballo ascenderá por la calle escalonada que da acceso a la palestra. Descabalgará ágilmente y, dejando el caballo en manos de su palafrenero, atravesará sin detenerse el patio porticado pasando directamente al vestuario donde se despojará apresuradamente de sus sandalias y su túnica y a continuación se zambullirá en la piscina central para quitarse de encima el sudor y el polvo del camino. Después pasará sucesivamente al frigidarium o sala fría, al tepidarium o sala templada, al caldarium o sala caliente y finalmente al laconicum o sauna seca. Allí dejará que su cuerpo sude copiosamente el tiempo marcado por la clepsidra y, sofocado, se arrojará sobre la pila circular para refrescarse con el agua helada. Los fuegos y hornos de las termas estarán a esas horas a pleno funcionamiento calentando los hipocaustos y repartiendo vapor y agua caliente por las diversas estancias. El puñado de sirvientes de las termas ofrecerán a nuestro procurador sus servicios de masajes y ungüentos que le dejarán relajado y listo para llegar a casa a la hora décima donde disfrutará de una copiosa cena en la que vomitará varias veces para poder regustar sus manjares favoritos y la prolongará largamente con la comissatio. Como es gran aficionado a los vinos hispanos cuyas viñas se aclimatan bien en estos suelos calizos beberá en exceso mientras espera la lllegada de la  noche en compañia de sus amigos reclinados en sus triclinios y amenizados por flautistas, cantores, mimos, bufones y bailarinas . Luego lleará la vigilia y, su cuerpo exhausto, será llevado por los esclavos cruzando el atrio hasta el lujoso cubiculum (dormitorio) donde, hace tiempo, que dormirán ya su esposa y sus hijos..."

Y esta página de un diario imaginario me da pie para comentar mi estancia en el balnerario termal de Carlos III, en Trillo, donde se puede difrutar de uno de los más apreciados placeres romanos: las termas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario