viernes, 22 de julio de 2016

Los ratones coloráos



El búho listo, el zorro astuto, el gato curioso, el perro viejo, los ratones coloráos.... esa es la fauna de la sabiduría, los seres que atesoran la enciclopedia del conocimiento animal.

En la especie humana también tenemos nuestros congéneres talentosos: "Sabe más que los ratones coloráos", decimos cuando alguien demuestra una acrisolado conocimiento sobre algunos aspectos de la vida. Y es verdad, pensamos también, que "el diablo sabe más por viejo que por diablo". Estamos hablando del extraordinario valor de la experiencia.

Aprender de nuestros errores es una forma dolorosa, pero muy efectiva, de aprender. A veces, ante la excesiva arrogancia, resultará la única. Quizás esos inteligentes ratones estén coloráos por tanta vergüenza como tuvieron que pasar debido a sus muchas equivocaciones.

martes, 19 de julio de 2016

Metagrafía

Ante el vagón, frente a la puerta que se abría empujada por el aire comprimido, el viajero miraba distraídamente el cartel. El mensaje, una exhortación al usuario para que se apresurara y no se interpusiera en los accesos, se iniciaba con una explicación pedagógica y continuaba con un par de instrucciones precisas. Algunas de las letras habían sido raspadas pacientemente con un objeto punzante. Intenté recomponer el mensaje original:

"EN BENEFICIO DE TODOS
ENTREN Y SALGAN RÁPIDAMENTE.
NO OBSTRUYAN LAS PUERTAS"

Luego me fijé en el nuevo contenido que resultaba al suprimir las letras borradas:

 "EL PENE      DE TODOS
ENTRE  Y SALGA  RÁPIDAMENTE.
NO    UYAN  LAS PU  TAS"

El viajero, nuevo en aquel Madrid de 1980, pasó todo el viaje reflexionando sobre aquella original modificación de la cartelería del suburbano.. Concedió un admirativo homenaje interior a aquel subversivo desconocido que mataba su tiempo creando calenturientas interpretaciones a partir de tan formales y cívicos mensajes. Esto le puso en disposición de prestar atención a cuantos mensajes publicitarios encontró después, a lo largo de su vida,  modificados de forma imaginativa y sorprendente. 

Se denomina metagrafía al "arte de modificar un mensaje escrito mediante la adición, supresión o alteración de alguno de sus elementos". Hoy en día participan de este fenómeno elementos tan populares como los smails o los emoticonos y es un elemento recurrente en la publicidad. Yo voy a mostraros mi pequeña selección de mensajes modificados, mi personal museo de la metagrafía.

El mejor, el más completo y original, es el que comentamos en el encabezamiento de la presente entrada. Me he aplicado a buscar una fotografía de aquellos carteles en internet; en aquellos años había muchísimos pero en la actualidad no he encontrado ninguna. Pese a ello queda registro de aquella obra maestra en la portada de un disco del grupo de rock Siniestro Total con la que también se confeccionaron llamativas camisetas:



Una reelaboración muy común en los carteles de muchos de nuestros ríos la encontré por primera vez en el la orilla del río Arra en Villaba en el Camino de Santiago, allá por 1995.  Describo así el encuentro en mi diario de peregrino:
"... A mitad de camino escucho a mi espalda unas voces que me avisan de que he tomado la ruta equivoca. Me vuelvo y continuo el camino con dos mujeres, de entre treinta y cuarenta, que forman uno de esos grupos esporádicos de los que he hablado. Una es profesora de español en los Ángeles. Se llama Karen. La bautizo para mis adentros como "Mujer Siux" por su empeño y dedicación, algo obsesiva, en buscar y seguir las flechas amarillas. Está en España para perfeccionar el idioma (sin embargo habla poco y prefiere marchar en cabeza). Después nos contará que la universidad le proporciona dinero para el viaje a cambio de que aporte algunos materiales de sus experiencias. Entre estos expondrá una diapositiva de dos españoles (uno el que suscribe) debajo de un letrero del camino al lado de un río en el que alguien había borrado algunas letras y rezaba así: 
PROHIBIDO
LAVAR
####CULOS.
He encontrado carteles similares en otros lugares, incluso en América: 


Aunque, a veces, mediante el sencillo procedimiento de quitar una letra, nos niegan esa parte del cuerpo tan necesaria para tirar la basura:

O, directamente, no se responsabilizan de ella: 



  En cambio, en el distrito de Anaba en Santa Cruz de Tenerife, prohíben directamente los traseros que excedan determinado tonelaje: 


En mi misma calle Federico Olmedas, de Burgos (en un cartel de la antigua Caja de Ahorros del Círculo Católico, actualmente CajaCírculo:


 
A veces veces nos quedamos boquiabiertos al descubrir una trabajosa supresión de letras sesudamente pensada para publicitar determinado producto: ¿Quién habría pensado que se puedan anunciar unos ricos pastelillos rellenos de crema  a partir de los famosos anuncios de "Prohibido fijar carteles. Responsable la empresa anunciadora"?


Incluso existe un metro alternativo trufado de carteles de estaciones convenientemente metagrafiados:



En ese metro surrealista los iconos son modificados de maneras sugerentes: 


 Como no podía ser menos, también en superficie, se aprovecha el cartel de una ruta prohibida para confeccionar otros diferentes ajustados a las diferentes necesidades o, aplicándolos a personales  anuncios profesionales:

La cosa también puede funcionar con una leve capa de pintura y así, dejar al descubierto determinados vicios ocultos: 


O mediante la dejadez no intencionada de olvidarse de reponer una letra caída, que es como tirar piedras a tu propio "calzado": 


En ocasiones nos encontramos con una nueva versión de la clásica reivindicación "Prohibido prohibir":




Otros ejemplos lo tenemos en el uso del calambur (esta figura retórica es una modalidad de la metagrafía que consiste en agrupar las sílabas de una o varias palabras de modo que varíe su significado, como en el acertijo "blanca por dentro, verde por fuera, si quieres que te lo diga, es/pera"). Es muy celebrado este realizado a partir de un eslogan publicitario de la cadena de televisión autonómica Telemadrid. Oficialmente, fue fruto de una coincidencia sin intención alguna, pero muchos aseguran que realmente pretendía transmitir un mensaje oculto que expresara una queja a la otrora presidenta de la Comunidad, la señora Esperanza Aguirre, alias "Espe".



Y no podía faltar, en este periodo que vivimos trufado de corruptelas municipales, la irónica modificación de la palabra AYUNTAMIENTO:

Sirvan, pues, de ejemplo estas deliciosas muestras del arte metagráfico.  Remuevan los mensajes en su cabeza como un bombo y encuentren los crípticos mensajes que seguramente esconden. Es mejor que buscar figuritas en Pokémon GO.

- Septiembre de 2020, el año del covid.

Añadiendo algún ejemplo más, incluyo un par de fotos tomadas por mí recientemente: 

Mira por donde, justo ayer, mientras paseaba con mi bici por este pueblo vecino  (Villanueva de la Torre)  me topé con el cartel y, extrañado, en una fracción de segundo descubrí que alguien había obrado borrando la primera y ultima letra de la palabra avenida convirtiéndolo en un mensaje xenófobo.

Curioso, sí; ingenioso, también... pero reprobable.

Llamarse uno "Paco Cabello" y regentar una peluquería es una invitación al cachondeo. Además la tipografía para el cartel lo "pone a huevo"


A veces, no es necesario tan siquiera modificar frase alguna Basta cambiar levemente de perspectiva para que el mensaje se transforme. 


O un simple error en la colocación de dos pancartas para emitir un mensaje completamente opuesto a nuestras intenciones:


lunes, 18 de julio de 2016

El tiempo amarillo



Tal es la mala virtud
del rayo que me rodea,
que voy a mi juventud
como la luna a mi aldea. 
...
Sigue, pues, sigue cuchillo,
volando, hiriendo. Algún día
se pondrá el tiempo amarillo 
sobre mi fotografía. 

(Miguel Hernández, El rayo que no cesa. Fragmento)



A las cinco despertó. Había dormido cuatro horas y media lo cual no estaba mal para lo que era habitual en ella -pensó-; la media pastilla de somnífero que se tomó la noche anterior había hecho su efecto, así que se estaba contenta. Aguantaría aún cuatro horas más en la cama; no quería levantarse antes que su hijo mayor que dormía en la habitación contigua. Se dispuso a pasar el tiempo que le faltaba lo mejor posible antes de levantarse y visitar su amado patio para comprobar el crecimiento de las nuevas flores y  contemplar el aspecto del retal de huerta que tenía junto a la tapia.
Al principio revisó las actividades del día anterior: la llegada al pueblo, el saludo a las viejas conocidas (que ya eran pocas y cada vez serían menos), las muchas faenas necesarias en una casa vieja desocupada durante un año entero...  Luego pensó en lo que tenía que hacer en el nuevo día : cocinar el  conejo que había comprado la víspera (lo prepararía ella -decidió-, pues su hijo no sabía hacerlo como su madre, que era como a ellos les gustaba), había que fumigar el cerezo cuyas brotes aparecían infectados de miríadas de pulgones que arrugaban las hojas y le hacían desprender un líquido pegajoso... Al cabo de una hora había repasado la lista mental de las tareas diarias; las horas siguientes las pasó como cada noche recordando.
Resultaba asombroso la nitidez con que se acordaba de los mínimos detalles de su infancia. El día anterior, durante el viaje, estuvo contando largas historias de la familia: nos hizo  un vívida descripción de su madre en el lecho de muerte con su tío a solas con ella inclinado sobre la cama y pidiéndola perdón poco antes de morir: - "Peregrina ¿me perdonas?. Íbamos descubriendo sobre la marcha historias de celos, abusos y envidias que nunca sospechamos... Después abrió el capítulo de la añoranza por su querido pueblo: contó los niños que había en la escuela,  revisó la lista uno por uno como un maestro al inicio de su clase. Algunas anécdotas se agolparon entonces en su memoria: la temida visita de la inspectora y el gesto de alivio de su maestro cuando ella, una de las alumnas más aplicadas, pasó a la pizarra y con sus cinco añitos escribió con letra primorosa la palabra "vaca" a petición de la ilustre visitante; la vez que se escapó unos pocos minutos y se escondió tras el hueco de la escalera ante la llegada del maestro que la buscaba, lo aplicada y voluntariosas que era para los estudios....  Pasó después  revista a la cuadrilla de jóvenes de su época de moza y nuevos recuerdos la visitaron: las bromas que gastaban a los mozos cuando se juntaban unas cuantas amigas y los pillaban desprevenidos: esconderles la comida,  aguarles el vino de la bota, bajarles los pantalones si les sorprendían solos y se sentían atrevidas... Pasó un rato entresacando de la lista a los que aún vivían: eran ya tan pocos... y ¡Dios mío: en qué estado se encontraba la mayoría! Entonces daba gracias a Dios por conservarse tan bien a sus 93 años, por mantener la cabeza en su sitio y ser capaz de hablar con la gente, de aconsejar a los hijos y de poner un poco de orden e interés en la cabeza de su marido, enfermo en los últimos años. 
A las siete visitó mentalmente las calles de la aldea e inspecciona todas sus casas. En su cabeza dibujó un plano preciso con la disposición de las viviendas ochenta años atrás. Pasó un buen rato verificando  una a una los cambios que habían tenido lugar:  las nuevas construcciones, los derribos, los anexos construidos... transitó de las viviendas recientes de ladrillo a aquellas otras viejas más frescas, de paredes blandas y terrosas, de sonidos amortiguados...   Recordaba perfectamente su olor: el aliento animal de las cuadras, el ajo sofriéndose en la cazuela, el humo de la lumbre, el rancio aroma del tocino, el acre de la paja, el dulzón de la hierba, el caliente y húmedo del estiércol...
El día comienza a clarear. Entre las rendijas de las contraventanas carcomidas asoman los  primeros rayos del sol. Ella sigue en la cama esperando que suenen las ocho campanadas del reloj de la torre de la ermita. Hoy tarda demasiado, le parece; y concluye que debe estar estropeado; seguramente el mecanismo digital del programador se averió. ¡Sí, a eso hemos llegado: el vibrante sonido de las campanas lo producen ahora modernos altavoces! Por fin se levanta. Baja con cuidado los viejos escalones de madera relamida mil veces por la fregona. El hijo mayor está ya en la cocina sentado en el extremo del bando más próximo a la lumbre que arde mortecina. Se halla recostado en el  "sillón del tío cura", un espacio acotado, con dos reposabrazos, y reservado desde hacía un siglo para el clérigo que siempre se hospedó en la casa de la familia. Uno de los brazos aún conserva un hoyo pequeño tallado en su extremo donde aquel honorable p.ersonaje cascaba las nueces, privilegio gastronómico que junto con algunos pichones tenía por autoridad y peculio. El hijo escribe en una agenda caducada hace ya dos años pero que usa para tomar notas y apuntes de sus escritos en un blog. La mujer le saluda y le cuenta el tiempo que lleva despierta. Luego, torpemente, coge las cerillas y va a encender un pequeño quemador en la desvencijada cocina de gas. Coloca un cazo requemado con un poco de leche y sale a toda  prisa a visitar el patio recorriéndolo apresuradamente y tropezando a cada paso entre la hierba a media altura cuajada de rocío. Aspira con gozo el aire de la mañana y se dirige enseguida a unas matas de flores: coloca los tallos revueltos y excava un poco la tierra en su base con una pequeña azada; luego coge la manguera del suelo y riega los brotes de lechugas y cebollas de su minúscula huerta... En tanto el cazo olvidado sobre la cocina rebosa la leche hirviendo. El hijo se levanta apresuradamente para apagar el gas: - Hemos de instalar un microondas cuanto antes-piensa-. No podemos estar quemando cazos  cada día...